Keyla Toro Andara
Nueva Escuela Lacaniana – Maracaibo
keylatoroandara@hotmail.com
Resumen
En el siguiente artículo se trabaja la relación del psicoanálisis y la escritura haciendo un recorrido de algunas obras de psicoanalistas como Freud, Lacan, Jacques-A. Miller, entre otros autores. Se verá cómo aspectos de la lingüística y de la literatura en general han sido de gran utilidad para la teoría psicoanalítica en la explicación de determinados conceptos claves: constitución de un sujeto, discurso, modalidades de síntomas en diversas estructuras, historia del sujeto, etc. Tal y como lo plantea el psicoanálisis, la insuficiencia significante nos lleva a utilizar modos de expresión creativos, a través de los cuales tratamos de aprehender un más allá de aquello que no podemos decir. La idea es mostrar que dentro de esa necesidad, la gramática, la escritura, la poesía, han sido parte de ese intento y también ver cómo el hombre en su desarrollo escribe su historia, la dirige y se reinventa a partir de esa necesidad de ser representado.
Palabras clave: psicoanálisis, escritura, sujeto, síntoma.
Sin duda la letra mata, como dicen, cuando el espíritu vivifica, no lo negamos […],
pero pregunto también, ¿cómo viviría sin la letra el espíritu?
J. Lacan
Introducción
Hablar de escritura en relación con el psicoanálisis es sumamente pertinente, ya que –aparte de que gracias a su huella imborrable podemos conocer la teoría psicoanalítica– su presentación, en sí misma, goza de un valor artístico-literario.
El psicoanálisis siempre ha trabajado con expresiones de la cultura, como lo son las producciones artísticas. De hecho, el interés de Freud por los fenómenos culturales tiene vieja data. Su creación teórica fue escrita con un agregado artístico muy particular; rompió con la descripción científica tradicional en la presentación de sus obras. En su acto de crear, la escritura está presente como documento y también como producción artística.
Desde el psicoanálisis podemos estudiar la escritura haciendo referencia a algunos de los procesos inmersos dentro de ella. La idea no es interpretar las producciones (no se apunta hacia el lado de la significación), sino ver la escritura como creación y, por tanto, como respuesta al vacío.
Para Lacan, el lenguaje es el laberinto en el cual el psicoanálisis se desarrolla y desprende sus conceptos. Gracias al símbolo, el hombre existe; se realizan alianzas, intercambios, prohibiciones; y es aquí, en ese punto de prohibición, donde surge el deseo, clave a la hora de realizar cualquier producción.
¿De dónde nace la escritura? ¿Cuál es su relación con la transferencia? ¿Es que existe una diferencia entre lo dicho y lo escrito? ¿Qué relación tiene con lo social, con el sujeto y su historia? Estas son algunas preguntas que han surgido de la unión de significantes como son el psicoanálisis y la escritura.
A lo largo de su trayectoria, Freud elaboró algunos textos dedicados al problema de la relación entre el arte y la escritura; analizó algunas obras literarias, autobiografías de escritores, y en algunos casos, las utilizó para ejemplificar puntos clave de la teoría psicoanalítica, como por ejemplo, el concepto de castración, sublimación, entre otros. En su repertorio, nos encontramos referencias a obras literarias como el Edipo, de Sófocles; el Hamlet shakesperiano, los Hermanos Karamazov de Dostoiesvski o el sueño de Goethe.
La obra literaria ha servido como veladura del vacío, pues tiene la propiedad de mostrar la castración a través de un placer estético que la hace soportable. No sólo para el creador-escritor, sino también para lector, quien igualmente es partícipe de este acto.
Aquello que angustia logra ser manejado a través de la ficción y esto, de algún modo, nos evoca la función de la letra como soporte. Freud, en Lo siniestro (1919), comenta:
Mucho de lo que sería siniestro en la vida real no lo es en la poesía, además, la ficción dispone de muchos medios para provocar efectos siniestros que no existen en la vida real; en la obra literaria se permite hablar de demonios, seres sobrenaturales, etc.
En la escritura surgen significantes que marcan aquello que no pudo ser escrito. Cada significante tacha ese vacío de donde viene; aparece lo real vestido de letras con sus diversas expresiones, como la poesía, las novelas, una palabra o cualquier marca de esta serie.
Freud, en El poeta y los sueños diurnos, de 1908, establece una analogía entre el juego en el niño y el poeta. Dicha analogía muestra al niño como creador de un mundo propio; situando las cosas, el niño crea un orden grato para sí mismo (sin dejar de lado la distinción entre juego y realidad). El poeta, por su parte, de algún modo, hace lo mismo; es decir, crea un mundo fantástico sentimentalmente ligado a él, sin dejar de diferenciarlo de la realidad, y no sólo generando placer para sí mismo sino también para su lector. Esta relación es subrayada por Freud cuando expresa que «los instintos insatisfechos son las fuerzas impulsadoras de las fantasías […] la poesía como el sueño diurno es la continuación y el sustitutivo de los juegos infantiles». Así, la obra, además de ser un producto artístico-literario, también responde al mecanismo de lo inconsciente.
1. El alcance: de lo escrito hasta la letra
Lacan concibió la letra, más allá de una mera representación gráfica del sonido, como la base «material» del lenguaje mismo. El material es visto como materialismo del significante, en referencia a su indivisibilidad, al aspecto real del significante; la letra dibuja el límite con lo real. Es soporte material del significante en tanto que su inscripción hace efectiva una huella, una marca, que va más allá de lo audible en el tiempo. La letra soporta, por tanto, el más alto grado de conceptualización simbólica en lo que se refiere a materialidad entre el trazo y la voz. El escritor apunta a lo eterno, a la historia, a hacer presente el real. Como señala Miller (2000), «al hablar, el sonido se disipa, pero al escribir queda la letra.»
Lacan opone la letra al significante, situándola en lo real frente al significante simbólico; la letra es idéntica a sí misma; un significante comporta un sentido, la letra está dentro del ámbito del sinsentido. La letra es lo real que el significante expulsa, y que sin embargo necesita, ya que sigue siendo su soporte material, lo más cercano al real. No es casualidad que Lacan, en su enseñanza, haya recurrido a las letras para asegurar la transmisión de su enseñanza, ya que el anhelo de la escritura es alcanzar la carne de las palabras, la materia de la lengua, el cuerpo del significante. Como observa el psicoanalista José Mayorales García (1996), el deseo, no siendo articulable, se presenta por medio del lenguaje: «el significante se presenta por medio de una ausencia».
El psicoanálisis quiere hacer hablar, mientras que la escritura hace callar, generando un silencio que nace en su acto mismo y que evidencia el silencio propio del sujeto. La escritura borra la palabra, en la medida en que intenta dibujarla, atraparla en un soporte, y es aquí, en este punto, donde vemos cómo la creación implica la destrucción, como evidencia de su propia insuficiencia. Lacan, en el Seminario 17, sostiene:
La palabra es un parásito, la palabra es un recubrimiento (placage). La palabra es la forma de cáncer que afecta al ser humano. ¿Por qué un hombre llamado normal no se da cuenta? Hay algunos que llegan incluso a sentirlo.
El escritor frente al vacío es despertado por la creación. La hoja sedienta de letra demanda ser vestida con el velo de la significación y es en ese proceso de invención en que el escritor juega con la letra, donde pasa del plano de lo finito al mundo infinito de los significantes, creando multiplicidad de palabras, neologismos, etc., que no terminan de expresar la Cosa. Se convierte, así, la escritura en un acto donde la muerte de cada elemento es inminente, la muerte de los significantes en su nacimiento, la muerte de las palabras.
Observamos, pues, el recorrido de la creación-destrucción: El logro de una palabra nueva, la insuficiencia de la misma y el comienzo de otro intento, sin dejar de lado el resto de una ilusión transitoria que se despierta entre-líneas, entre-palabras, entre el S1 y el S2.
Diremos que es el tachón, el lapsus linguae, el error, y los tropiezos de esa búsqueda incesante de «la palabra», lo que nos habla de su verdadero origen y lo que nos subraya un límite simbólico perteneciente al orden de lo imposible, lo imposible de decir como causa de todo cuanto se dice, tarea en la cual el sujeto busca decirse; le falta decir, y se agota diciendo.
2. La escritura del sujeto
Del sujeto como creador de su historia nos hablan las siguientes palabras de Freud: «En el análisis y la vida misma el sujeto se inventa una vida familiar (familirroman)».
El sujeto escribe su memoria, sus actos están destinados para un Otro por quien será leído, un Otro que lo inspira en su anhelo de encarnar el falo faltante, perteneciente al mundo simbólico de sus ideales.
Helman (1993) nos plantea una pregunta: ¿a quién está dirigida la escritura? Nos hace ver que el lector, en el proceso de escribir, es parte esencial del escrito, es su móvil.
También en la transferencia el sujeto se dirige hacia un Otro como causa de deseo. Un Otro, como manifestación de la alienación constitutiva del inconsciente, un Otro que está bien presente, y que es muy puntual, y que por ende es quien determina la representación del sujeto a través de los significantes.
La transferencia y la escritura tienen como punto común su producción para un Otro; siendo por y para este Otro que el discurso existe, ya que no es sólo el hecho de intentar decir algo, sino también el hecho de tener a quien decírselo. De este modo, Helman precisa: «El origen de la escritura nace desde el destinatario a quien se dirigirá, una relación con un Otro que se funda en la subjetividad».
3. Del DICHO (de la palabra) al HECHO (de la escritura)
La palabra en su discurso fabricará otras más para suturar la insuficiencia, el error, el espacio abierto, mientras que en la escritura, el error es borrado sin dejar rastros.
Esto nos da cierta idea acerca de la imposibilidad de hacer un «psicoanálisis» de lo escrito. Por ejemplo, el hecho de analizar una obra literaria evidentemente es una tarea infructuosa. En lo escrito se obtura el surgimiento del real, mientras que en el análisis se apunta a «eso» que se sale del libreto.
La clínica analítica es fundadora de una historia singular, sostenida desde la escritura, donde cada sujeto devela su gramática, su falta en ser, reordenando las letras y develando, a su vez, el punto desde el cual y con el cual ha escrito su historia.
Una manera de verlo podría ser ésta:
Un sujeto que hace una descripción de sí mismo al mismo tiempo se des-escribe en su misma invención. Diciendo lo que «es» se da cuenta de que eso que supuestamente «es» pasa a convertirse en un cúmulo de ESES (HECES) homofónicas, propias de los significantes que se utilizan para tratar de aprehender una significación. André (1999) explica:
A diferencia de un novelista, cuya vocación es la de mentir, de disfrazar, de falsificar o de silenciar […] el sujeto en análisis no sabe que esta inventando […] la escritura quiere romper con el lenguaje, incluso es con la ayuda del lenguaje y con los medios de la lengua que el escritor busca crear esa ruptura.
La experiencia psicoanalítica es una experiencia del habla que se despliega en y por la palabra; de algún modo la escritura va contra la palabra; allí la palabra tiene la posibilidad de ser borrada, re-escrita, haciendo callar al hablante, limitando y corrigiendo el discurso.
4. La escritura como síntoma
Freud nos habló del surgimiento del síntoma como manera de apaciguar la angustia; este síntoma creador de un sufrimiento a la vez esconde un alivio.
¿Se puede escribir un síntoma como respuesta a la falta? Para el psicoanálisis el silencio de un escrito habla, como posible manejo de lo real, de lo angustioso; es decir, el vacío como causa de la creación. En la escritura como síntoma, el silencio denuncia una ausencia del sujeto. El sujeto en el acto de escribir escribe en silencio, lo fabrica, es su escenario, el cual comparte con algún otro lector. Cabe apuntar el hecho de que este silencio marca una huella en el lugar de ese vacío.
En las manifestaciones del sujeto neurótico se podrían ver ciertos modos particulares en el uso de la palabra, los cuales podrían correlacionarse con la escritura. Miller (2000) habla de esas modalidades al expresar que el sujeto histérico es quien presenta un querer decir distinto del dicho; una palabra siempre insatisfecha, la imposibilidad de decir lo verdadero de lo verdadero. En un sujeto obsesivo, vemos la presencia de una palabra que agota la interpretación, donde no hay mucho que agregar. Pero, ¿qué sucede en el sujeto psicótico?
Podría plantearse que si bien el sujeto neurótico está constituido por su división –la cual da apertura a la dimensión de lo simbólico, al vacío como generador del deseo, como creador de significantes–, ¿de dónde surge, entonces, la producción escrita de un sujeto psicótico, quien tiene forcluida la función simbólica, mediadora del mundo? Morel (1992) muestra cómo la creación de un sujeto neurótico va de lo simbólico hacia lo real, a diferencia del sujeto psicótico, el cual va de lo real a lo simbólico; ese espacio que falta es precisamente lo que viene a ser creado como sustituto del delirio.
El demasiado lleno característico de las obras artísticas de la psicosis ilustra cómo se da el proceso de crear un espacio. La escritura en la psicosis cumple la función separadora de la relación dual existente entre el sujeto y el DM, fabricando un tercero. Por tal motivo el arte psicótico no hace lazo social, dado que no comparte el origen ni el interés de darle tratamiento al vacío, pues este espacio simplemente no existe; más bien es un espacio que el sujeto psicótico busca producir, como barrera al goce del Otro.
Un ejemplo claro es el del escritor James Joyce, en cuyos libros la escritura se presenta fuera de sentido; no hay puntación gramatical, es una escritura que no se maneja en el orden de lo simbólico; el escritor no escribe para un Otro, su intento es separarse de él.
Dar cuerpo a esa nada quizá sea la tarea más importante de la escritura, y en esa búsqueda también el cuerpo real del sujeto, en algunos casos, es utilizado como soporte; «eso» no simbolizado para el sujeto pasa a inscribirse en el cuerpo real, convirtiéndose en una palabra atrapada en el cuerpo, una palabra que no revela el sentido.
La formación de síntoma como metáfora sería el escrito hermético, rehusado a ser comprendido; eso indecible que se sustrae del lenguaje. Lacan (1953: 100) en Función y campo de la palabra en el inconsciente dice: «El síntoma es aquí el significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto. Símbolo escrito sobre la arena de la carne».
Miller (2000) hace un recuento sobre el punto de partida de Lacan en relación con el síntoma. Al principio Lacan afirmaba que el síntoma podía curarse entendiéndolo, extrayendo un sentido a través de la palabra; más adelante concluye que en el síntoma hay algo más allá que no quiere ser curado; el goce de callar-hablando, de no terminar de decir la palabra, de no lograr terminar de escribir; ese plus de goce, que implica una satisfacción y a la vez un displacer. En palabras de Lacan: «Lo reprimido no puede ser puesto totalmente en palabras, entonces busca su expresión coja, a través del acto y los síntomas».
Referencias bibliográficas
- André, Sergè (1999): La escritura donde el psicoanálisis termina. Siglo XXI, México.
- Helman, Jorge (1993): La subjetividad: entre la escritura y el inconsciente. III Encuentro de Autobiografía y Escritura, USA.
- Lacan, Jacques (1979): Escritos 1. Siglo XXI, México.
- Miller, Jacques-A. (2000): El lenguaje, aparato del goce. Conferencias en New York y Paris. Colección diva, Buenos Aires.
- Mayorales, José (1998): De los -ismos a Lacan(alización literaria). Lectura lacaniana de The Submarine Plans, de Agatha Christie. Revista Acheronta.
- Moriel, Genievè (1992): «Invención y locura» en Psicoanálisis y arte. Fondo editorial del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, Caracas.
- Freud, Sigmud (1996): «El poeta y los sueños diurnos», (1908), en Obras completas. Tomo II. Biblioteca Nueva, Madrid.
- _____________ (1996): «La novela familiar del neurótico», (1908), en Obras completas. Tomo II. Biblioteca Nueva, Madrid.
- _____________ (1996): «El doble sentido antitético de las palabras primitivas», (1910), en Obras completas. Tomo II. Biblioteca Nueva, Madrid.
- _____________ (1996): «Lo siniestro», (1919), en Obras completas. Tomo III. Biblioteca Nueva, Madrid.